Muy buenas a todos,
Hoy os traigo al blog de nuevo una entrada traída por la enorme inventiva de Florián, que en esta ocasión nos trae el inicio de lo que pretende ser una campaña ambientada en Estalia y que esperamos desarrollar y poder jugar en el futuro dentro de nuestro grupo de juego. Tiene el atractivo innegable de implicar a un ejército que nunca se vio oficialmente en Warhammer Fantasy como es el de Estalia, pero que siempre ha estado en el trasfondo de Warhammer de una forma u otra y ha sido deseado por muchos de nosotros. Le queda mucho por desarrollar pero hoy nos deja el prólogo como aperitivo de esta campaña, de la que esperamos poder contaros más lo antes posible. Yo al menos, deseando estoy ¡¡Que lo disfrutéis!!
Myrmidia representa la victoria del justo sobre el mezquino – decía Surino con su rasgada voz, mientras los tablones de madera del Bravuro se resquebrajaban bajo sus pies- y, sin embargo, Estalia ha sido sumergida de lleno en un pantano de mezquindad. Alejada está de los designios de los antepasados, y de la gracia de la Diosa.
El capitán Rieggo escuchaba absorto a su extraño compatriota. Surino lucía exactamente igual que el resto de sacerdotes de Myrmidia que había conocido, y el tono de sus palabras era igualmente solemne. Sin embargo, había algo diferente en sus ojos. Un brillo peculiar, que parecía extenderse por todo el navío y que posiblemente fuera la causa de que los marineros y los soldados escuchasen con expectación.
Pero no, no era eso. Rieggo no era desconocedor de que sus hombres sufrían un aguzado malestar. La nobleza había despachado a la mayor parte de las tropas de refresco de Bilbali y la ciudad había quedado indefensa frente a lo que parecía un avance de criaturas de las profundidades del mundo, hombres peludos y pequeños, similares a roedores. No solo había quedado Bilbali indefensa frente a un posible ataque masivo del enemigo, sino que las familias de los soldados ya llevaban un tiempo sufriendo las vicisitudes de una gran sequía que había arruinado las cosechas y secado los ríos.
Rieggo sospechaba que la nobleza, incapaz de mantener con vida a tan alto número de lacayos, subvencionaba una misión suicida a Lustria para conseguir tablillas de oro, lo cual pretendía sacar de la crisis a la gente de la ciudad.
- ¡Hermanos, escuchad! – continuaba Surino con tono apremiante – los Gonzona de Bilbali, y los Tormandoza de Magritta, son directos responsables de…
- "¡Quien ha dicho Gonzona!"
- ¡Viva Gonzona! ¡Larga vida a nuestro señor! – dos hombres, oficiales de la marina, habían escuchado suficiente, y estaban dispuestos a reparar cualquier agravio contra el amo de Bilbali. Otro par de soldados pertrechados con armadura pesada y largas espadas de duro acero – seguramente sus guardas personales – parecían apoyarles, amenazantes.
El grupo de marineros se agitó, inquieto. La soldadesca, por un momento, se olvidó de la presencia del monje Surino, y varias decenas de espaldas se irguieron al unísono, en señal de respeto a la autoridad. Rieggo, sin embargo, no paró de observar al monje, y por nada del mundo hubiera dejado de escuchar sus cautivadoras palabras:
- ¡Soldados de Bilbali, hijos de Myrmidia! ¿Os arrodillaréis ante aquellos que no dudaron en enviaros a vuestra muerte? ¿Sabéis lo que les pasó a los últimos destacamentos enviados a Kurinto?
- ¡Basta, no diréis una palabra más, monje! – Los oficiales ya lo habrían lanzado por la borda de no ser por el mal agüero que supondría ahogar a un sacerdote en plena mar.
Rieggo clavó su mirada en los oficiales. ¿Sería cierto, se dirigirían a Kurinto? Se creía que el asentamiento había sido atacado por extrañas criaturas escamosas de los pantanos, y que sus pobladores habían sufrido el peor de los destinos, devorados por bestias terribles que fundían su color con los de la propia jungla, haciéndolos casi imposible de detectar (o al menos, eso afirmaban los pocos supervivientes que habían tenido la fortuna de escapar).
Rieggo había luchado ya junto a su pica frente a las huestes de los conocidos como Hombres Lagarto cuando solo era un joven soldado de la legión bilbalina. Renegaba de esa lucha desde entonces. No comprendía por qué debían de derrochar la sangre de tantas generaciones peleando contra enemigos a miles de millas de su país, cuando sus propios hogares peligraban frente a invasores que asaltaban las costas cada primavera.
- ¡Sois vosotros los que habéis perdido el derecho a hablar! – Surino alzó los brazos para pedir silencio, y señaló a lo que parecía una algarabía que procedía de los dos navíos que iban tras ellos – ¡Vuestras lenguas se caerán putrefactas de vuestra boca, y jamás os veréis tentados de usarlas de nuevo! ¿No escucháis el sonido de la victoria? ¡Hermanos, hermanos…!
El ruido ya no solo parecía proceder de un par de navíos, sino que se extendía por lo que parecía toda la flota. Rieggo se sobresaltó cuando el sonido de los cañones se escuchó en la lejanía.
"¿Nos están atacando?" El buque insignia de Rieggo encabezaba la flota, y era imposible determinar qué clase de conflicto podría estar surgiendo en retaguardia. El Bravuro era un navío macizo y resistente, pero unas cuantas naves élficas supondrían un problema si atacasen de imprevisto.
Sin embargo, no había flota enemiga a la vista, ni criaturas marinas que estuvieran importunando la marcha de la felicísima flota de Bilbali.
- ¡Es un motín! ¡Traidores! – Los oficiales desenvainaron al observar la situación. Los soldados estaban inquietos, incapaces de reaccionar todavía. La formación disciplinada se rompió por todo el buque insignia. Ahora estaban a la cabeza de una flota que parecía haber sido poseída por espíritus enajenados.
Surino observaba a Rieggo, y el brillo de sus ojos se había intensificado. El capitán casi que parecía saber interpretar lo que esos ojos grises y hundidos vociferaban: "este es tu barco ahora, y estos son tus hombres".
El capitán Rieggo solo tuvo unos segundos para tomar una decisión. Rezó rápidamente, y sus palabras se entremezclaban entre los dientes. Sin embargo, la oración resonó dentro de su mente como en una solemne ceremonia del Templo:
>> Oh Myrmidia, dame fuerzas para vencer a los mezquinos. Oh Dama Guerrera y señora del Coraje, dame valor para hacer todo aquello que se espera de un soldado. <<
Rieggo desenvainó.
Sus hombres se empezaron a arremolinar en torno a él. Incluso los marineros sin experiencia de combate cerraban formación junto a los soldados veteranos. Cuchillos, ballestas y hasta barriles o ganchos se empuñaron durante la refriega.
- ¡Hombres míos, mis valientes! – Rieggo arengó a su tropa, recordando todas las escaramuzas sufridas junto a ellos. – ¡Este es nuestro barco, y nosotros, somos hombres libres!
Los oficiales, dos nobles que quizás eran hijos menores de algún señor emparejado con los Gonzona, no tardaron en capitular y pedir clemencia, al verse completamente solos durante el conflicto. Sus dos guardias personales así lo recomendaron, los cuales no hicieron el menor atisbo de presentar pelea. Rieggo respetaría sus vidas y sería clemente: si conservaba con vida a los oficiales, tal vez podría usarlos para negociar si la situación en Bilbali no les era favorable.
- Señor, este barco es suyo y seguiremos sus órdenes – dijo Noro, joven segundo oficial de marina, de tez morena como correspondía a su origen sureño.
- Lo primero que hemos de hacer es asegurar cada nave de esta flota. No podemos dejar que nadie escape hacia Bilbali para dar cuenta de lo que ha pasado aquí, ¡preparad los cañones, y preparaos para navegar de vuelta a Estalia! – tras dar las órdenes, Rieggo buscó a Surino sobre la superficie del barco. Sentía una extraña curiosidad del extraño monje que parecía ser tanto causante como mero espectador de todo lo acontecido.
Surino le esperaba sobre la cubierta, con una mueca torcida que pretendía ser una sonrisa. Sus palabras apenas pudo distinguirlas entre todo el bullicio que se extendía en torno a ellos:
- ¿No te lo dije? Myrmidia es la victoria del justo sobre el mezquino.
Creía que era un relato corto y me encuentro que es un prólogo de una campaña, interesante...
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